Elizabeth tiene 20 años. Es alta, de tez pálida. Lleva el
pelo largo, suelto y desgreñado en las puntas. Hace años que no lo peina.
Usa una especie de camisón de color blanco y largo, tanto
que apenas se notan sus pies descalzos.
Sus manos están sucias y sus uñas descoloridas.
Ella está sola, encerada en lo alto de una torre. Afuera es
de noche, siempre es de noche. Hay una
pequeña ventana por donde apenas se filtra la luz.
Apenas come. Y sus huesos se notan debajo de sus prendas. No
sabe porque está encerrada o no quiere recordar.
Ya no intenta escaparse. Ya sabe qué pasa si lo hace. Tiene
miedo, porque no recuerda nada. Solo su nombre. Ella trata de recordar, pero le
duele la cabeza. Siente que se marea y deja de intentarlo.
Escucha pasos a la distancia. Gira la cabeza, pero no ve
nada. Hace tiempo que dejo de ver.
Es su carcelero. Lo sabe por su olor.
- Aquí tienes tu comida. - le grita.
Se acerca, la huele y la deja. Prefiere dormir.